Es en la ciudad del lirio que florecen las máximas expresiones artísticas que la humanidad haya conocido y donde floreció además la lengua más musical y amada en el mundo.

Firenze, la cuna del Renacimiento y de la lengua italiana, se abre a los ojos desde lo alto del “Piazzale Michelangelo”, con el inconfundible skyline dominado por la cúpula del Brunelleschi. Caminando por el Lungarno, a lo largo de la costa del rio Arno que baña la ciudad, nos dirigimos a ver Firenze desde adentro.

Se inicia por Piazza Santa Croce, en un tiempo teatro del Futbol Histórico “Calcio Storico”, dominada por la gótica fachada de la homónima basílica, en cuyo interior encuentran descanso eterno, Galileo Galilei, Michelangelo y Maquiavelo.

Del sumo poeta, padre del itálico idioma, Dante Alighieri, no está más su cuerpo en Firenze, pero sí una estatua lo celebra y podemos visitar la casa donde vivió antes de su exilio cerca de la cual se encuentra la Iglesia de Santa Margherita dei Cerchi, donde a menudo encontraba su amada Beatrice.

Piazza della Signoria fue durante siglos el centro del poder político de la ciudad en la potente estructura del Palazzo Vecchio, se reunían los Priores del Arte y sucesivamente los Medici, padrones de la Signoria, que delante del palacio hicieran erigir la estatua del David, realizada por Michelangelo y bajo la cercana Logia el Perseode Cellini y otros inalcanzables ejemplosde arte escultores, como si fuese una pequeña galería expositiva.

Para nada pequeña es en cambio la Galería de los Uffizi, cuyo pasillo se recorre para llegar al rio Arno y alcanzar la otra costa, cruzando el Ponte Vecchio con sus famosas joyerías. Pero las joyas más preciadas de Firenze siguen siendo las de su patrimonio artístico, admirable en este viaje hasta en su etapa final, el Duomo de la ciudad, Basilica di Santa Maria del Fiore, con su increíble cúpula, obra maestra de ingeniería arquitectónica, el baptisterio y el campanario de Giotto.

El día después, se deja la Toscana, tal vez luego de haber cenado con una sustanciosa “bistecca fiorentina” y vino Chianti, y se llega a Liguria para visitar las Cinque Terre, sus acantilados en la costa que nos regalan paisajes únicos, creados por el armonioso enlace entre naturaleza y hombre, donde los promontorios rocosos que caen en precipicio sobre el mar, se intercalan por terrazas para los cultivos.

Las serpentinas ensenadas del mar y la variedad biológica, han hecho de esta aérea un patrimonio UNESCO. Los pueblos son verdaderas perlas engarzadas perfectamente en el paisaje natural, la pequeña Manarola, estrella entre dos escollos de roca, la maravillosa Vernazza sobre la cima de un promontorio y luego Monterosso con su playa de finas arenas.

Durante el viaje de regreso por la Toscana, no puede faltar una visita vespertina a Pisa, antigua república marinara que el río Arno ha alejado, con el pasar del tiempo, de la costa, sede de la Normale, universidad entre las más prestigiosas del mundo, y de un monumento entre los más famosos, la Torre Pendente, de hecho campanario del Duomo de Santa María Assunta que, junto al baptisterio, completa el perfil de un “Campo dei Miracoli” iluminado de noche, a la hora en la cual los recuerdos se confunden en sueños.