El mar en el cual naufragaba, con su pensamiento, el poeta Leopardi no era otro que el del armonioso paisaje colimar de su tierra, Marche: una región de extraordinaria variedad natural y cultural, a lo largo de un recorrido desde los Apeninos hasta el mar, el verdadero mar, el Adriático que es desde siempre punto de encuentro entre Occidente y Oriente.

Ciencia y religión se funden en nuestro viaje que va hacia el este y, bajando a través de las colinas, alcanza el lugar donde el Papa Nicola IV quiso edificar, en el 1290, un centro de estudio, devenido luego en una de las universidades más antiguas de Italia: Macerata. Es en la ciudad capital de la provincia donde no puede faltar una escala en la Arena lírica Sferisterio, donde se han exhibido en el tiempo, los grandes monstruos de la ópera, desde Gigli a Pavarotti y Plácido Domingo.

Parece una melodía incluso el paisaje, que lentamente declina hacia el mar, el mismo que, según las creencias, sobrevolaron los ángeles para transportar los muros de la Santa Casa de Nazaret, y posarlos sobre una colina cubierta de laureles en Loreto, protegida de los invasores Turcos.

Los sagrados muros, en cuyo interior se encuentra la Madonna Bruna, están aún contenidos en la Basilica di Loreto, meta importante para peregrinos de la cristiandad. La costa ya está a la vista, y se extiende bajo nuestros ojos, tanto que es casi un deber una zambullida en lo que D’Annunzio definió el “Adriático salvaje”, pero hoy provisto de negocios y establecimientos balnearios, como los de la playa de Porto Recanati, importante centro turístico en la estación estival.

Poco distante, la naturaleza nos regala otra perla única: los juegos de luces y las fascinantes formas rocosas diseminadas a lo largo de un paisaje casi lunar, entre estalactitas y estalagmitas, constituyen un espectáculo irrepetible para los ojos del visitante en las Grotte di Frasassi.

Un último viaje que les proponemos es a la cercana Umbria, a Gubbio, uno de los centros medievales mejor conservados en Italia, sede de la histórica Corsa dei Ceri, una de las tradiciones populares más antiguas y locas de la península, y donde un funicular nos permite subir hasta llegar a la magnífica Basilica di San Ubaldo, casi metáfora de ascensión hacia el conocimiento porque las cosas más bellas para descubrir y apreciar son, a menudo, las más escondidas, como las maravillas de este territorio, en el corazón de Italia.